El confinamiento me dejó hecha nudos. Literal y figuradamente.
Durante los meses de encierro del año pasado (ya que más o menos logré aceptar sin tanta angustia lo que nos está pasando), y los días en los que parecía que la vida allá afuera se reactivaba, me hice fan del macramé.
Todo comenzó con la llegada de nuevas plantas a la casa. Buscando una manera bonita de integrarlas encontré en YouTube un tutorial sobre cómo hacer un colgante y corrí a comprar material (con mi cubrebocas y distancia y todo).
Los colores y texturas más padres hasta ahora, las he encontrado en el Taller Textil Dos Coyotes, que hace poco estrenó tienda en línea y que conocí gracias a amiga Mariana.
Usar las manos me dio calma instantánea. Me ha pasado que cuando estoy anudando y viendo cómo se transforman los hilos, mi maraña mental se deshace. Hay una pausa a mis pensamientos obsesivos porque tengo que concentrarme en la secuencia o idear cómo resolver el siguiente paso. Creo que a esto es a lo que se refieren al hablar de hacer algo con mindfulness.
Debo decir que tampoco es la primera vez que hago nudos. Aprendí algunos cuando iba cada sábado al parque con la guías o de campamento. Como que se me olvidó hasta dónde los amarres, los tejidos y los nudos de la pañoleta siguen conmigo, pero nunca se me olvida lo feliz que era en ese tiempo (sin importar cuánto me dijeran que era ñoña... spoiler, lo ñoño sólo se me acentuó).
Bueno, tras los primeros colgantes para las macetas, me animé a hacer unos más grandes e ir haciendo nuevo nudos. Luego, también con un tutorial hice mi primer tapiz. Usé un tronco de un ficus elástica que podaron frente a mi casa; lo recogí durante una de esas vueltas a las que Armando tenía que convencerme para que me diera el aire y estuvo varios meses esperando cobrar vida. Ya me seguí con un bolsito y veremos qué viene.
¿Ustedes han encontrado una nueva pasión en medio de estos días? Como siempre, feliz de leerles :)
* todas las fotos son reales de mi corazón...
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