Mi cita de los martes, la misma que tengo con mi terapia de grupo desde hace cinco años, me ha mantenido estable la mayor parte del tiempo durante la pandemia. Tengo mis momentos de incertidumbre, tristeza o miedo, pero reunirme (aunque sea a través de una videollamada) es un gran alivio.
Afortunadamente alguien me propuso ir a terapia después de que terminé una relación: me sentía confundida y estaba a punto de dejar el trabajo y la ciudad de mis sueños porque quería salir huyendo del fracaso, de lo que consideraba el peor error de mi vida.
Para mí esa fue la crisis que me puso en este camino. Conozco a personas que han comenzado su proceso tras experimentar otro tipos de pérdidas (como la muerte de un ser querido); en medio de una tesis que se les resiste, o incluso a quien se motivó porque su pareja comenzó a ir a terapia y decidió que quería crecer junto con él, pero en su propio espacio.
Cuando comencé a ir me daba pena contarlo. Me daba pena que pensaran que estaba mal. Que estaba loca, pues. Pero ya no, ahora acepto mi locura y la terapia es una parte tan importante de mi vida que incluso mi esposo recuerda que fue uno de los temas que toqué en nuestra primera cita (gran disclaimer, por cierto). Ha redefinido mis intereses y, si me preguntan, creo que todos deberíamos probarla.
¿Realmente es para mí?
Aunque no siempre fui fan del proceso. Antes de mi grupo tuve otra experiencia y la dejé a medias —larga historia, pero claramente por eso tuve que volver—. Cada quién tiene sus razones para resistirse, pero una creencia popular es ”yo puedo arreglar mis cosas solo”.
Quizá es posible. Sin embargo, una relación profesional y terapéutica va a poder, por mucho, solucionar tus asuntos de una forma más completa, explica Laura Valdés, psicóloga egresada de la Universidad Iberoamericana, maestra en terapia familiar y maestra en psicoanálisis individual y de grupo.
“Es con el otro con quien surge el cambio”, apunta. “El otro representa a alguien (tu mamá, un profesor, una ex pareja…) y te obliga a estructurar tus emociones, tus ideas y tus problemas. Y te ayuda también a comprenderlos, a entender de dónde surgen. ¿Y de dónde surgen?, pues del inconsciente, de nuestras situaciones más profundas y nuestras vivencias más infantiles”.
Para hacer este trabajo se necesita de profesionales.
Otra idea que mantiene alejadas a ciertas personas de la terapia es pensar que es solo un recurso para quienes están locos o enfermos.
“Los psicóticos, claro, deben de ir al psiquiatra para que los mediquen y los ayuden a controlar su enfermedad”, dice la experta, “también mucha gente va al psicólogo cuando tiene una situación de crisis, una fobia o una situación que no pueden manejar, muy específica y muy concreta”.
Sin embargo, no hace falta tener miedo incontrolable a volar, o padecer ataques de pánico para darse este espacio. Somos seres humanos con un lado oscuro y tenemos muchas situaciones inconscientes que nos generan ciertos conflictos bajo ciertas circunstancias, dice Laura, los cuales vuelven relevante ir a terapia. Basta con que haya algo que se quiera revisar, cambiar, mejorar o desahogar para buscar a un profesional.
“Una crisis es lo que te motiva a buscar terapia”.
Y estas crisis pueden ser situaciones tan normales como conflictos con amigos, conflictos en el trabajo, tener baja autoestima o problemas de pareja. Situaciones que, analizándolo, suelen presentarse de manera repetitiva. Entonces algo sucede, la gota que derrama el vaso, lo que hace decir ya estuvo bueno, es momento de ver qué está pasando. Hay otras crisis más dramáticas, comenta Laura: una pérdida (se muere tu mamá, tu papá, tu pareja, tu hijo…), o un rompimiento amoroso.
Los cambios que nos ha traído la pandemia, son otro ejemplo de crisis por la cual podríamos necesitar apoyo. Tal vez tienes ansiedad o insomnio y jamás te había pasado; no puedes parar de comer o limpiar de manera compulsiva. Tal vez es momento de buscar ayuda.
¿Ustedes han pensado ir a terapia alguna vez? ¿Están en ese proceso? Me encantaría saber cómo les ha ayudado y con qué otros mitos se han encontrado.
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